Catalina y MalÃsimo un dÃa se vieron. ¿DifÃcil de creer? No tanto.
Como todos sabemos, MalÃsimo tenÃa una hermosa casa en el barrio de Caballito, con un frente amplio que tenÃa una reja en el frente con una especie de cerco con ornamentos; ornamentos donde cualquiera podÃa apoyarse cómodamente a disfrutar un momento de sosiego en el medio de la calle.
Unos años atrás, durante una noche de verano, MalÃsimo estaba escuchando uno de sus viejos discos de jazz apoyado en el sillón de su estudio, fumando un cigarrillo negro. En esa época MatÃas estaba jugando con sus playmobiles, nada lo relacionaba con el viejo. Pero para Catalina, un poco mayor, las cosas eran diferentes. En plena década del noventa era una adolescente; en la época en que todo es efervescencia, especialmente de cerveza y alguna que otra bebida espumante. Ella acostumbraba a encontrarse con amigos y amigas en sus casas a tomar, emborracharse ocasionalmente y salir por ahÃ. No existen registros fehacientes que den cuenta de eventos de mayor trascendencia.
Una de esas noches, entrada la madrugada y mientras MalÃsimo escuchaba música empezó a oir ruidos, ruidos de plantas en movimiento. Y cómo las plantas, por lo general, no se mueven, quiso investigar. Se acercó a la ventana y vio que habÃa dos personas apoyadas contra la reja exterior de su casa. Pero intentó saber mas...permaneció escuchando y llegó a darse cuenta de que era una joven parejita, haciendo, sin dudas, sus primeras armas en el amor; una de las noches de Catalina.
MalÃsimo no quiso intervenir en una primera instancia, pero llegado un punto no pudo aguantar la molestia por aquella invasión a su casa con semejante performance. No es que él nunca haya hecho cosa semejante, pero como todo buen anciano olvidaba sus propios actos o, los transformaba lo suficiente hasta convertirlos en las acciones de un señorito inglés.
Cuando los gemidos llegaron a los decibeles de una turbina de avión, decidió actuar. Dejó la ventana de observación, fue hasta la cocina y llenó un balde con agua de la mas frÃa que pudo sacar de la canilla; tratando de hacer el menor ruido posible llegó hasta la puerta, que abrió lo mas lentamente posible.
Pero ese “lentamenteâ€� de MalÃsimo produjo el ruido suficiente como para espantar a los fogosos jóvenes, sin que el viejo se diera cuenta. Aun asÃ, abrió la puerta, vio a alguien en la puerta (alguien que solo pasaba), apuntó y disparó un baldazo de agua helada. Plaff, fue el ruido.
Catalina pasaba, con una bolsa en la que llevaba dos cervezas, rumbo a una fiesta, fiesta a la que llegarÃa empapada. Nada tenÃa que ver con la parejita, pero esa noche tuvo algo que contar a sus amigos y algo de lo que reÃrse.
Registros apócrifos de la época dicen que ella hubiera deseado ser la chica de esa pareja, en vez de la empapada en la puerta de un viejo gritón.