Agarrate, Catalina!

Se acerca esta chica y me dice con un tono amabilísimo y una sonrisa apta para todo público: -¿Me hacés un lugarcito?. -¡Si! le contesto y tomo ese envioncito espástico que me corre diez centímetros a la derecha. Pero claro, -¡cómo no le voy a hacer un lugar si es simpatiquisima!, o mejor, me generó algo así como un estupor de simpatiquismo inmediato. Grave error de apreciación.
Se sienta. Pasa un chico vendiendo lapiceras y ninguna de las dos le compra pero ella se la devuelve con un sonorísimo -¡Gracias!. Bueno, bueno, a ver si nos calmamos. Paremos con la euforia de afabilidad que esto es un vagón de subte de una gran urbe. -¿Acaso no es de mala educación hacernos quedar a todos los demás como unos devolvedores de lapiceras maleducados? Esta mina no me cierra.
Desde el asiento de enfrente un nenito le sonríe, y ella claro, estira tanto las comisuras que es imposible no verla. -¿Pero quien te crió flaca? -¿Xuxa?. Resulta que se para y se baja, pero antes le toca la espalda a un señor y le señala que ahí le ha dejado su asiento.
Estuve a punto de levantarme y darle de trompis hasta que escupiera la última gota de buena leche. Pero no lo hice porque el en fondo, muy en el fondo, yo si que soy buena.