Agarrate, Catalina!

Una estafa. Un verdadero robo a mano armada. Un crimen digno de ser juzgado por tribunales internacionales: poderes de los hermanos de La Haya, actívense (en forma de cubeta de hielo, en forma de águila) (Edit: Ah, qué cabeza de bollo, acabo de recordar que las opciones eran: "barra de hielo" o "cubeta de agua", entre otras)

¡¡14 mangos con 50 la entrada en el Village!!

En letras: ¡¡Catorce mangos con cincuenta!!

Un afano le dicen en mi barrio.
Así empezamos. La cuestión es que no había localidades disponibles que no fueran en la fila uno a las 02.35 de trasnoche para las películas hiper recomendadas que yo quería ver. Entonces se le dió por innovar: ¡Rent! y se acabó lo que se daba.
No te digo que simpatizo ese tipo de actitudes, pero me forcé a mi misma, me dije: Vamos querida, una actitud fresca y espontánea, una solución rápida, un lanzarse divertidamente a lo desconocido, ¡es mucho de lo que te falta! Tómalo y disfrútalo.
Pues bien, una vez que me hube forzado, con forceps y cadenas, con cinta aisladora en mi boca reprobadora, con chaleco de fuerza para los trompis cortitos incontrolables, la espera fue amena.
Más cuando empezó la película y noté que se trataba de un musical tan pedorro, un cúmulo espantoso de estereotipos yankis de la generación X, tan típica versión-destrucción Broadweriana... ardí en tinieblas.

Ardí. Ardí. Ardí. Me dio acidez. Quise cometer un asesinato. Quise castigar y castigar y castigar. No podía manejar mi cara. Me iba de mi misma. Probé callándome. No funcionó. Soy terriblemente violenta cuando me callo. Tampoco funcionó hablando. Qué tupé, qué tupé, qué tupé equivocarse tanto.
Y me dijo con la estupefacción de quien presencia una miseria tan enorme: Es solo una película mala.

Carajo. Tiene razón.