En el jardìn de infantes yo era
Cati, la buenita. Era mi rol. Estaba
Lili, mi amiguita dèbil;
Romina, la liera;
Diego, el que escupìa;
Sebastiàn, el lindo;
Natalia y Ximena (siempre hay una Natalia y una Ximena)
Anita, la que era buena pero no tonta;
Carina, la varonera; Julieta, la linda. Y otros tantos que no recuerdo.
Cada uno jugaba su papel. A mi me tocaba obedecer a la seño, ser silenciosa, limpita. A mi me tocaba repartir mis caramelos hasta quedarme sin nada, dejar que se colaran en la fila, dejar que mi amiguita dèbil usara los disfraces que yo querìa, no reponder a los empujones.
Pero un dìa me encabronè y me quise hacer la mala. Entonces agarrè y en el arenero me acerquè a Rebeca, que jugaba con una palita medio rota.
Rebeca era
la paria, la paraguayita nueva, la semi autista, la vìctima màs vìctima que yo. Le saquè la lengua, y me fui toda asustada.
Hoy todavìa me acuerdo, y me siento una forra de mierda.