Pasó. Mis revoluciones por minuto superaron el máximo saludable. Todas las fotos de mi cumpleaños me muestran como una esquizofrénica en crisis a la que le han inyectado un batido de cafeína, Stella Artois y corticoides. Lo del bar estuvo muy bien. Justo cuando pensaba que ya era hora de abandonar la lucha (perdida de antemano) por mantener un índice de popularidad superior al 1% (según los parámetros del manual del autismo), y decidí que la reunión en cuestión iba a ser en el Oeste (un poco a modo de agradecimiento a mis amigas del barrio que me han seguido durante estos últimos 5 años en la iniciativa -sin pies ni cabezas- de festejar mis cumpleaños en cualquier lugar que quede a hora y media de viaje de mi casa) resulta que se me llena el lugar de personas que vienen a festejarme desde lejos. Yo chocha. Chochísima, imaginate. No es que haya bebido en demasía pero sólo recuerdo flashes. Pizzas de champignon y pollo, una lámpara de lava que no es de lava sino de papelitos, mucha mucha ropa linda, una torta blanca y sorteo de frutillas, brindis a los ojos para que no nos falte, una moza desubicadísima pidiéndome que aflojemos con los cánticos de feliz feliz en tu día (ja, avisá, si me la voy a perder), el grupo facultativo con una inmigrada vuelta a la patria, mi amiga S gritando "eeh, los de la otra punta son los del ciber" (¡!) en franca alusión a los cariños que este blog supo conseguir. Bueno, si, eso de juntar grupos en un mismo lugar y presentarse ante todos como Una única y sola es ya de por si un nervio especial, porque uno nunca es uno solo, y nunca tiene el mismo lugar en cada grupo. Así que puede que mi falta de memoria se deba a ciertos baches de comportamiento que no supe llenar. Ah, la otra opción es que se deba a que estaba en la cumbre de la exaltación y la alegría porque todos estaban ahí por mí. Oh, sí, por mi. La piba de las botas de cuero verdes que rajaban la tierra.
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