Agarrate, Catalina!

Namber Nain Namber Nain Namber Nain...

domingo, 10 de febrero de 2008

 

48 horas en San Pedro

La excursión a San Pedro fue un éxito rotundo. Éramos 4 (a quienes denominaremos encriptadamente J, C, Mama Pulpa y Yo). Fuimos y seremos cuatro mosqueteras de sociales, que compartimos un vínculo cambiante e inalterable a la vez, como cualquier amistad grupal que se precie de tal.
A las 10.30 del sábado 29 llegamos al único camping de San Pedro que tiene “piscina”, detalle que nos conquistó en la breve búsqueda por Internet algunos días antes. Nos quedamos exactamente dos días y una noche, que, se me ocurre que es el período exacto que un ser humano puede soportar la vida en carpa y hasta disfrutarlo.
El viaje fue un delicioso trayecto conversacional durante el cuál una de nosotras presentó la hipótesis: “Las canciones de Sin Bandera las podría cantar en inglés Brian Adams y entonces no serían tildadas de grasas”. El debate desatado fue uno de los más interesantes del año, sobre todo porque todas las argumentaciones a favor y en contra no tuvieron el menor asidero.

Al bajar del auto, tres coincidimos en observar: La puta, como pica el sol. Mama Pulpa, desembarazándose del volante se limitó a exclamar: La puta, la ciática.

- El armado de la carpa: de cómo todo es más complicado si viene acompañado por un folleto explicativo


La carpa, que también aportó Mama Pulpa, era un verdadero hotel 5 estrellas. No sé cuándo fue que la actividad del acampe se profesionalizó tanto, pero la vieja tienda a dos aguas, de color verde y naranja es obsoleta y se convirtió en un símbolo ochentoso de connotación negativa. Nuestra carpa, en cambio, de material liviano, colorido e impermeable (simil jogging de siré) era más bien parecida a un iglú posmoderno con hall, numerosos cierres y dispositivos antibichos. El armado de la vivienda lo emprendimos con entusiasmo y destreza, aunque más de una vez debimos reunirnos frente al folleto explicativo para desentrañar los dibujillos y someter nuestra vapuleada percepción a una revisión teórica. En otras palabras, si algo de Merleau Ponty ha hecho mella en nuestra capacidad de discernimiento, se notó en la imposibilidad de ponernos de acuerdo en cuál de las 380 varillas era la más larga. Puede que algún que otro factor externo haya sumado dificultad, como por ejemplo el ensordecedor reggaeton que salía de los parlantes de un dodge “weekend” estacionado a escasos 20 metros.

Por supuesto que nada de aquello nos desanimó, varilla va, varilla viene, pusimos en pie nuestro castillo pop y nos fuimos a pasear.


- El infierno son los otros


Mama Pulpa, que también había calculado la importancia de una musicalización propia, llevó un kit de audio: parlantes de pc, alargue, y discman. Trató de conectarlo. Lógicamente no funcionó. Pero la pública aventura de la conexión nos habilitó el primer (y último) contacto con nuestros vecinos de carpa: dos muchachos delicados, amables, discretos. Una pareja preciosa. La breve charla derivó en ninguna solución para el problema de cables, y sí en una sostenida discusión posterior sobre el status de la relación que mantenían estos dos. En resumen, las posiciones fueron las siguientes:

C – Son hermosos, hermosos. ¡Qué ojos tiene el más alto!

Yo – Y el más bajito se parece a Richard Gere. Qué lindos. Son muy putos.

Mama Pulpa – No, no, no, ¿por qué dicen que son putos? No me parece.

Yo – Son dos, en la misma carpa, charlan recostados, mirándose a los ojos. Hacen una pareja preciosa. Son muy putos.

C - Me parece que sí, eh. Pero son tan hermosos, me gustaría que fueran solo míos. (?)

Mama Pulpa – No, basta las dos. Yo digo que no son putos hasta que se demuestre lo contrario.

J - ¿Quiénes, esos? No sé ¿quienes son?


Mama Pulpa sólo entró en razones cuando con el correr de las horas los dos muchachos mostraron total indiferencia hacia nuestro feroz sex appeal. C y Yo dedicamos reiteradas observaciones a la belleza de cada uno en particular y de la pareja en general. La discusión sobre la atracción que nos provoca la homosexualidad sigue latente hasta hoy.
Otras que recibieron nuestra especial atención fueron las millones de hormigas que, al revés de nuestros vecinos, demostraron denonadas intenciones de poseer nuestros cuerpos.


- Del affaire de las parrillas-show o bien “el infierno somos nosotras”


Pasamos un día muy agradable, que incluyó almuerzo con aire acondicionado y siesta a la vera de la laguna. La noche, en cambio, se tiñó de una tensión muy particular.
Después de la ducha nos dispusimos a romper la noche de San Pedro. Salimos del camping, observamos el comedor iluminado de Howard Johnson (la cadena HJ es el paradigma del Spa de clase media, ¿no?), y encaramos hacia la enloquecida movida sanpedrina. Después de media hora de caminata y visto y considerando que la ruta se ponía cada vez más solitaria y oscura, nuestras expectativas mermaron y nos contentamos con la promesa de una rica parrillada en el primer bodegón que encontramos. Todo parecía sobre ruedas, las ruedas del absurdo: un anciano comenzó a cantar canciones populares para entretener a los comensales y tenía la gracia de cambiar algo de su vestuario para cada interpretación. Usaba zapatos plateados, interpretaba éxitos del Paz Martinez. Para qué negar que estábamos disfrutando plenamente de la cena show. El inconveniente se disparó cuando a las 12 de la noche debimos adelantar los relojes una hora. La parrilla de al lado, de la cuál nos separaba apenas una baranda de madera, comenzó su propio y frenético espectáculo.

Intentaré ser muy gráfica al respecto, aunque mis limitaciones narrativas pueden afectar la descripción de la escena. El anciano de zapatos brillosos seguía con su cancionero, mientras un órgano Yamaha del otro lado vomitaba melodías simplificadas de Scorpions, Eagles, y Arjona. Nunca pudimos ver al antagonista de nuestro performer, aunque su voz nos llegaba fuerte y claro. Pensamos que se trataba de un error, que pronto cesaría el Cotolengo en llamas al que estábamos expuestas. Pero no. Fue apenas el comienzo.
Quizá sea una buena ocasión para hacer un mea culpa. Es probable que me haya extralimitado en calificar a los habitantes de la ciudad que nos cobijaba como “imbéciles, infradotados, fronterizos, ojalá que les llegue el rayo justiciero en este momento” pero es que me estaba volviendo loca con ese ruido infame. J optó por hacer un reclamo burgués, se levantó enardecida y se acercó a la caja para pedir que bajaran el volumen. Fue cuando volvió que nos enteramos que una parrilla tenía el show pautado para las 12 y la otra para la 1, lo cual provocó esta fortuita yuxtaposición de expresiones artísticas, dada la decisión gubernamental de cambiar nuestra posición horaria de acuerdo al meridiano de Greenwich.
C, enloquecida por el ruido, pero por sobre todo indignada con nuestras quejas, nos espetó que, en las peñas, los cantantes y sus canciones se superponían y ninguna pendeja del orto hacía tanto escándalo al respecto. Su sabiduría sobre las cultura popular me iluminó de gran manera y agradecí que lo compartiera con nosotras. No sé exactamente cuántos segundos pasaron hasta que volví a intervenir y grité: ¡cállense y déjenme comer, soretes! Mama Pulpa, muy acertadamente, reconocía melodías y se sumaba al canto. La presencia de algún hit de Miguel Conejito Alejandro fusionado con Hotel California me resultó simpática, y la festejé con una chorrindanga de soda a Mama Pulpa, que lo tomó bastante bien y me prometió una aguda represalia. En algún otro momento de la cena, J le ordenó a una nena de otra mesa que bailara y C nos volvió a retirar la palabra.

En fin. Los sucesos fueron claros, las consecuencias, difusas.


- Ay, la caló.


Puede que este detalle haya perdido su fuerza luego de las olas de calor de enero, pero el último domingo de 2007 llegó a hacer 45 grados. Dentro de la carpa, a las 7.30 AM ya había una sensación térmica de 52 grados Celsius. C me ordenó salir de la carpa y como dormida soy muy dócil, repté hacia el pasto y me entregué a las hormigas. Desayunamos en el camping, mateamos largo, nos remojamos en las duchas. Básicamente así pasamos el día, estacionadas a la sombra, recurriendo al chorro de agua, porque en la “piscina” estaban todos los demás. Vino un amigo de C, acompañado por otro amigo que nos contó como su hijo nació en su auto. Comimos sambuches. Creo que a las 3 perdí el conocimiento y nuevamente tomaron posesión de mi humanidad las hormigas. En algún momento me pareció escuchar que Mama Pulpa le decía al amigo de C que se parecía al príncipe malo de Shrek, sobre todo por su escasa estatura. El le respondió “sorete”. Después tantos años de presenciar situaciones similares no sabemos como Mama Pulpa es capaz de decir esas barbaridades y aún así hacerse querer enseguida por gente que acaba de conocer.


- La vuelta


Souvenirs no trajimos. En el viaje de vuelta, la misma que había sacado el tema terminó por reconocer: A mi me gusta Sin Bandera. Otra se sumó: a mi también. Nadie se espantó, ya lo sabíamos-


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