Agarrate, Catalina!

Namber Nain Namber Nain Namber Nain...

miércoles, 18 de marzo de 2009

 

La posibilidad de una isla

Ya venía yo intuyendo un tufillo a extrañeza, algo interno e incómodo, algo similar al momento en que un amigo en común nos abandona en medio de una reunión frente a un tercero que sólo conocía él. Pero todo conmigo. No es que me quede mirándome y no sepa de qué hablarme, no viene por el lado de las personalidades múltiples (o si?), pero venía sintiendo esa ansiedad, esa inquietud dónde-estoy-dónde-me-pongo que los demás no llegan a percirbir, porque tu silla está dónde siempre. En fin.
Eso lo pienso ahora, recapitulando. Lo concreto es que hoy giré sobre la mencionada ut supra (mi silla) seguramente buscando un lugar donde (re)ubicarme, y vi el protector de pantalla del contador. Era una foto de una pequeña isla con un palmera en un día de sol y en medio de un mar tan azul y transparente y límpido que pensé.....
Ahí justamene está el meollo del asunto. En una ocasión ordinaria hubiese pensado: por dios, qué cliché, la playa en la pantalla, el escape figurado, ese paraiso de pixeles y pacotilla justo en tu box ofcinezco, qué patraña capitalista, por qué el que trabaja en un escritorio querría huir a una isla desierta, quién fue capaz de tal reduccionismo burdo (qué más puede ser un reduccionismo) y quién fue capaz de divulgarlo, esto es el acabose.
Lo usual.
Y sin embargo.
Me quise zambullir. Y nadar. Y creo que también se me ocurrió un chapoteo.
Lo más curioso es que tanto el impulso acuático como la autorecriminación por la falta de crítica (que vendría a ser la autocrítica de la acrítica) vinieron al unísono. Y como eso no es lógicamente posible dado que la antítesis viene necesariamente después de la tesis, entonces temí que el deseo de entregarme al agua pato hubiese tenido una instancia anterior, más profunda, más sumergida, más inconsciente, más verdadera.

Y entonces temí no ser la que creo que soy.

Y bueno, después me puse a pensar en las aletas y las branquias, y ya me quedé más tranquilita. Pero qué julepe, eh.

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